domingo, 1 de diciembre de 2013

Daños

Enjaulado y maltratado por el captor, me refugio en la esquina más lejana de la jaula, en un vano intento de alejarme del azote.
Herido y desconfiado, aprendí a no creer, a no confiar, a no dejarme acariciar. Porque hasta las caricias ya duelen en este cuerpo lleno de cicatrices supurantes y sin cerrar.
La desconfianza como escudo protector fue la única salida que encontré dentro de los barrotes que conforman mi hogar, porque en la desconfianza no hay ilusiones, no hay esperanzas, solo está la certeza de saber que no hay quien pueda ayudarnos a escapar, que detrás de cada plato de comida, detrás de cada sonrisa o palabra amigable se encuentra en realidad la mano con el látigo que me golpeará donde más me duela, en una lección de sangre y sudor, una lección de que solo soy un show para quienes se regocijan en ver los daños que con el miedo y el dolor se pueden generar.