martes, 3 de mayo de 2016

Átenme las manos

Parece absurdo, ¿no?
Quizás alguno pensará que soy algo masoquista o que leer las Sombras de Grey durante mi viaje por Europa me afectó seriamente, pero aquellos que me conocen (y conocen mi verdadero amor por Borges) saben que no es eso a lo que me refiero.
Pero digo, me pregunto... ¿Por qué será que algunas mujeres (y hombres seguro que también) nos empecinamos con determinas cosas, con determinada gente?
Sinceramente, hay veces que ni yo me entiendo. Incluso creo que ni mi psicóloga me entiende tampoco, porque mi subconsciente es tan retorcido que busca la mejor manera de ocultar la respuesta a esta situación. 
Me encuentro pensando, re pensando, re-contra pensando en una voz, unos ojos, un momento. Y sé que es por nada, que es un barco que quedó al otro lado del océano y que debería olvidarlo, pero, ¡qué miércoles que soy tan obstinada que ni yo misma a veces me aguanto!

Entonces, conociendo mi debilidad (esperando que ese otro no la conozca nunca) es que me auto-impongo ciertos límites, ciertas barreras para conservar mi orgullo un poco menos baqueteado, para no dejarme expuesta ante alguien que no tiene idea de lo que significa para mí exponerme. Porque es muy fácil hacer juicios apresurados y juzgarme sin conocerme, sin saber los juegos de luces y sombras que cubren mi piel, sin saber todo lo que soy y cómo puedo llegar a dejarme ser. Es realmente fácil pensar que con media hora, uno se puede hacer una idea del otro, pero si me estás leyendo, querido lector, sabrás tan bien como yo que con unas horas no alcanza, y hay veces que ni media vida resulta suficiente. 

Y es por eso que ahora estoy pidiendo que alguien me ate las manos, que me ayude a mantener mis límites de salvaguarda, que me ayude a no correr en busca de algo que ni siquiera sé donde encontrar.
Quizás todo esto es sólo porque ya me he cansado de tanto remar, y sólo deseo que alguien al fin me ayude a cruzar.