Hoy, Ayer. Nunca.

Prólogo.-

Comencé hace tiempo un texto, en el cual pensaba plasmar diferentes ideas que pasabas por mi cabeza. Hoy me doy cuenta que ese pseudo-diario no serviría absolutamente para nada. Y en él estaba desperdiciando un bello título: Hoy, ayer, nunca.
Es por eso, que rescatando esas palabras que unidas me caen tan bien a los ojos, doy comienzo a este nuevo relato que, como aquel mencionado, no sé en qué va a terminar. Lo que si sé es que no va a ser un diario.

Capítulo I

Es una noche fría, las luces del velador se encargan de alumbrar parte de mi habitación. Otra parte está iluminada por el monitor de la computadora. Mientras espero a que los minutos pasen, que el día se desangre al amanecer y muestre un nuevo cielo para respirar, el humo de mi cigarrillo vicia ya los primeros oxígenos del día naciente, llenando la semioscuridad de formas oblicuas, que me ofrecen su momentánea compañía hasta fundirse en el espacio.
Tan insignificante el tiempo que transcurre a medida que respiro, que veo desaparecer la nicotina quemada, mientras que el gato duerme sobre la cama y afuera el frío hiela la savia de los árboles. En algún lugar más allá los autos deben circular todavía, aunque ahora el sonido de la música sea lo único que me acompaña en mi espera. Y el cigarrillo se sigue consumiendo, el reloj hace su recorrido prefijado y yo sentada aquí sin hacer nada más que esperar...

Capítulo II

Sol naciente. ¡Cómo te estaba aguardando! Que bello es verte violando la inmaculada noche, virgen día que nunca se repetirá. Necesitaba sentir tu calor sobre mi piel, rosando con dulzura mis pómulos rígidos por una mala noche. Que placer sentir cómo la vida renace luego del letargo frío nocturno, tan sólo con sentir tu calor sobre ella. Renazco con tu calor sobre mí. 

Capítulo III

El movimiento es incesante en la ciudad. Autos van y vienen constantemente por las arterias de la ciudad. Veo a la gente caminando rápidamente, cruzando las calles aún en verde para los autos que las cruzan. Pensar que arriesgan sus vidas por un mínimo segundo. ¿La ambición se ha apoderado del tiempo? Qué más les da, un segundo más o un segundo menos. Pensar que sólo un segundo puede cambiar la vida, puede acabarla.
El mozo se acerca a mi mesa, me pregunta si deseo algo más. Le niego con una sonrisa y sigo mirando por la ventana. Una ambulancia pasa desesperada entre la gente cruzando la calle. Qué irónico sería que alguno de ellos fuera atropellado por la ambulancia. Pero no sucede, la sirena es lo suficientemente sonora como para que se den cuenta que hay una persona la cual depende de ese segundo que ellos pierden en cruzar.

Capítulo IV

Es tarde. Nuevamente se me ha hecho tarde para encontrarme con alguien. Detesto llegar tarde a ningún lado. Prefiero esperar yo. Siempre preferí esperar. Pero hoy, maldito hoy, estoy llegando tarde a todos lados. A los encuentros, a mi propia cabeza. Me llego con delay. Miro mi muñeca, olvidándome que no tengo reloj. Busco el celular en mi bolsillo y veo la hora: las 12 del mediodía. Es tarde.

Capítulo V

– ¡Perdón! Perdón, perdón, ¡perdónnnnnnn! Se me hizo re tarde...  ¿Te llegó mi mensaje?
– Si, me llegó. Está bien, igual tenía que hacer un par de cosas.
– Ok. Disculpame, tuve un día complicado.
– No hay problema. ¿Vamos? Ya es la hora.
– ¿Ya llegó la mina?
– No sé, cuando llegue yo, todavía no estaba, pero quién sabe... Fijémonos.
– Bueno, dale. Contame como te fue el otro día...

Capítulo VI

– Hola gato. –Miro a mi gata como esperando que me contestara. Absurdo para algunos, quizás, pero para mí es normal. Ella siempre me espera cuando llego a casa, y se refriega en mis piernas, en lo que yo tomo como un acto de cariño, que en realidad está dominado por un sentimiento territorial del animal. Pero cada cuál piensa lo que quiere pensar. Me hace feliz pensar que me quiere, a ella la ¿hace feliz? sentir que frente a los olores ajenos de la calle, puede marcar su territorio.
Dejo el abrigo sobre la silla y voy a la heladera a buscar algo de comer. Sólo hay unas salchichas y un tomate. Debería de haber pasado por el chino, pero se me hizo tarde. Mañana haré las compras, hoy mejor irse a dormir directo.

Capítulo VII

Hay una habitación oscura. Una persona está acostada en una cama de dos plazas. La veo durmiendo. Tapada hasta la cabeza. La ropa está tirada en el suelo, sin ningún cuidado. Duerme muy plácidamente pareciera, una respiración constante y rítmica. Pagaría por saber qué estará soñando esa persona. Algo me dice que es de esos sueños inconscientes que marcan la vida de uno sin que nos enteremos.
Me acerco a la cama. La persona se mueve un poco. Me paralizo en el punto exacto en el que estoy. Cuando la persona parece dormir tranquilamente de nuevo, avanzo. No quiero despertarla. Llego junto a la cama. Allí está ella durmiendo, medio destapada ahora. Acerco mi mano a la manta para arroparla de nuevo.  Algo a los pies de la cama se mueve a penas, deteniendo mi mano en el aire hasta que, pasado unos segundos, sigue su camino hacia la manta. En ese instante, el piso se abre y antes de poder arroparla ya estoy cayendo al vacío absoluto.

Capítulo VIII

– ¡Che! ¿Y esa cara? ¿Dormimos mal anoche? Jajajaja... – Sofía me miraba con picardía.
– Si, gracias. – Mi respuesta fue tan seca como el Sahara un día de verano.
– Uy, mujer. No era para que te lo tomes así.
– ...
– ¿Qué pasa?
– Nada, tuve un mal sueño anoche.
– ¿Qué soñaste? – Mientras hacía la pregunta se sentó frente a mí, con su taza de café en la mano.
– No sé, fue raro. Me acuerdo fragmentos nomás... –suspiro– Veo una cama, resulta que soy yo la que duerme. Intento arreglar la manta de la cama y de un instante para otro me encuentro cayendo hacia la nada...
–Ajá. Que bajón.
– Si, un bajón.

Capítulo IX


Capítulo X

Mi oficina es un quilombo de papeles tirados por todos lados. Tengo que ponerme a ordenar. Y tengo tan sólo 3 días para dejar todo impecable. Sofía me ve desde su escritorio en los mostradores, seguro vio al chico trayéndome el sobre. Es increíble como la privacidad se pierde en el mismo instante en que otro ser humano (que nos conoce o se interesa por nuestra persona) se encuentra a la vista. Si cuento hasta 10 es seguro que viene a preguntarme algo o a contarme algo y de paso hace su interrogatorio.
No pasan 3 números que suena el interno.

Capítulo XI

Otra noche más a salchichas y ensalada. Debería mejorar mi dieta si no quiero terminar inyectándome clavos fundidos para recuperar algo de hierro. Mi gata comió su cena de pescado seco, que debe ser todo menos pescado. Todavía me pregunto para qué pago cable si nunca veo televisión.
Luego de cenar me dediqué a ordenar los papeles de la oficina, así al otro día no perdería tiempo con boludeces. Los platos quedaron en la pileta. Mientras ordenaba el papelerío atrasado, me encontré una servilleta llena de anotaciones de una tarde aburrida: Cosas sobre Lisandro y algunas tonterías más.
Una vez clasificado todo, separé los papeles que deberían quedar en Tucumán, y puse en una carpeta los que van conmigo a Av. de Mayo.

Capítulo XII

Llegué a la oficina portando mi café y una bolsita de papel con medialunas de la gran M. Saludé a todos con un gesto y me metí de inmediato en la oficina. Sentada en el escritorio veía a Sofía intentando deshacerse de un cliente de una manera elegante. De vez en cuando me miraba de reojo, pero yo hacía caso omiso a sus miradas reprochantes.
Pasa la mañana. Atiendo los llamados entrantes, firmo papeles, me aburro mirando la calle dos pisos abajo. Algunos de mis compañeros vienen a desearme suerte en el nuevo piso, me aconsejan que tenga cuidado con las hienas del 4to., que viven pendiente de lo que hace el resto para luego sacar provecho de cualquier cosa. Los escucho con cara de situación, por dentro sólo quiero salir a comer y perderme una hora por el mundo...  De paso, ordeno un poco mis ideas.

Capítulo XIII

Marqué su número sin saber aún qué decirle.
– ¿Hola?
– Hola Lis, soy Ana.
– ¡Analía! ¿Cuándo cambiaste el cel, boluda?
– Nunca, te estoy llamando de la oficina, tarado. – Sonrisa de idiota
– Bueno, mogólica. ¿Qué pasa An?
– Nada grave, no te preocupes ¿Nos vemos para almorzar?
– Bueno, dale. ¿Dónde?
– En Callao y Corrientes, ¿te va?
– Si, si. No hay drama, en media hora ahí.
– Hasta dentro de media hora, tarado.
– Hasta dentro de media hora, boluda.

Capítulo XIV

Mi mirada impaciente lo buscaba por la esquina de Sarmiento, cuando detrás de mí apareció Lisandro sonriendo. Nos saludamos y fuimos a tomar algo a un café a una cuadra de allí. Mientras se comía un plato de pollo con ensalada, yo me dedicaba a mi tostado y café. Hablamos de los planes del fin de semana. Le conté que el lunes comenzaba en la nueva sucursal. Él me contó que el sábado tenía que llevar al perro al veterinario.
Pasó la hora, cada uno volvió a su trabajo.

Capítulo XV

Sofía me atacó a preguntas a penas puse el pie en el último escalón.
– ¿Qué haces mañana a la noche?
– No sé, supongo que nada... Quedarme en casa durmiendo, probablemente.
– Genial.
– “Genial” ¿qué?
– Nada, pero por las dudas, no hagas planes para mañana a la noche.
– No voy a hacer planes, y espero que NADIE los haga por mí.
– No seas así. Mañana nos juntamos todos a tomar algo así te hacemos la despedida.
– Estás loca. No quiero nada...
– Pero nosotros sí. Dale, ¿queres invitar a alguien especial?
– No. Quiero quedarme en mi casa durmiendo.
– De eso olvídate, mañana venís a tomar algo con nosotros. Encima que te vas sin avisar.
– Te avisé anteayer.
– No vale. Sabías de antes que te cambiabas...
– Si, principalmente porque yo pedí el pase.

Capítulo XVI

Sábado a la noche. 23:38 hs. Sofía me mandó mil mensajes los cuales decían todo menos linda. Estaba muy tranquila con mi piyama cuando alguien tocó el portero del edificio.
– ¿Si?
– ¡Abrime que hace frío!
– ¿Qué carajo haces acá?
– Vine a verte. Dale, abrí la puerta que me congelo.
– Sos tarado eh. – Se escucha el ruido de la cerradura eléctrica y la voz de Lisandro diciéndome “gracias pendeja” mientras abría la puerta.

Capítulo XVII

 

 Capítulo XVIII

– Admitilo, me extrañabas.
– Ni un poquito.
– No se nota.
– No estás en una posición como para provocar una reacción mía.
– ¿Tengo que tener miedo?
– Siempre.
– Haceme lo que quieras.
– Que puto que sos.
– Jajajaja. ¿Ves? Me extrañaste.

Capítulo XIX

– Sos una hija de puta. Nos abandonaste.
– Si, y fue una buena idea.
– ¡Y así me lo decís! ¿Qué pasó?
– Nada, cayó Lisandro en casa.
– Ah bueno. ¿Dejaste plantados a tus amados compañeros por un poco de sexo?
– No, dejé plantados a mis compañeros porque no tenía ganas de una reunión de despedida, y encima mi decisión fue recompensada con sexo.
– Que puta que sos.
– Trola en todo caso, no le cobré.

Capítulo XX

La nueva oficina es el doble de mi viejo despachito de vidrio. La jefa es un amor de persona. No tengo que andar haciendo equilibrio en la silla porque es nueva. No tendré la vista del puerto a lo lejos, pero por lo menos tengo una computadora como la gente.
Sofía me llamó como a las 11 de la mañana para preguntarme que tal el nuevo piso. Le respondí que era un lujo, pero frío como el invierno de afuera.  Más tarde, Lisandro me mandó un mensaje preguntándome lo mismo. Que poca originalidad ha quedado en este mundo moderno. Le respondí algo parecido a lo de Sofía y dando la excusa de una reunión, dejé de responderle. Ahora sólo quisiera llegar a casa y dormir.

Capítulo XXI

Todo está oscuro y siento frío. Me desperté con las sábanas revueltas y toda sudada. Nuevamente el sueño de la caída. Hace noches que vengo soñando con que me caigo. Una y otra vez, a un vacío infinito.

Capítulo XXII

Tuve una reunión con mi jefa. Le pedí si podía darme unos días para hacer unos trámites personales. La mujer, una divina, me dijo que no habría problema. Quedamos en que tendría prendido el Handy por cualquier problema que surgiese.
Volví a la oficina con una preocupación menos. Llamé a Retiro para reservar los pasajes. El viernes a la noche tenían un asiento.

Capítulo XXIII

 

 Capítulo XXIV

 

 Capítulo XXV

– No quiero que vengas...
– ...
– Por que no. No me gustan las despedidas. A parte, vuelvo dentro de una semana.
– ...
– No me importa. Ya hablé en el laburo. No me dicen nada... Quiero ir a despejar la cabeza un rato.
–...
– Sí, lo sé. Yo también, pero bueno, necesito irme un ratito aunque sea. Mañana voy a laburar, termino de arreglar las cosas y salgo para Retiro.
–...
– No, no vengas, please.
–...
– Yo también te quiero, estúpido.

Capítulo XXVI

«Servicio de las 21hs con destino a Necochea, sale por plataforma 45. Servicio de las 21hs con destino a Necochea, sale por plataforma 45.»

 Capítulo XXVII

Lisandro dice: Che, a qué hora sale el micro de An?
Sofisma dice: A las 21hs, por?
Lisandro dice: Mierda! quería ir...
Sofisma dice: Uy, cagaste. Ya debe estar arriba del micro.

Capítulo XXVIII

 

 Capítulo XXIX

La brisa fresca del mar roza mi cara, cerrando al instante cada poro de mi piel. Camino por la playa, sintiendo la arena congelada endureciendo la planta de mis pies. El sol está bajo todavía, la vida a penas ha comenzado a vivir nuevamente. Me convierto en caminante de la soledad en esa playa alejada, renazco en un vínculo único con el mar, como una sirena exiliada.
Juego a la mancha con las olas, ellas persiguiéndome los talones con sus lenguas. Retroceden al tocarme, y comienza por mi parte la persecución. Seguimos así un rato hasta que finalmente, cansada de corretear por la arena fría, me despido con una caricia y vuelvo a la casa, dejando que el mar se lleve mis escamas perdidas.

Capítulo XXX


 

Capítulo XXXI

Decir que estaba lindo, sería poco. Era como si su mirada tapara al mismo sol que brillaba sobre los edificios de la avenida. Me saludo con un beso y fuimos al café de siempre. Me preguntó cómo la había pasado, sin dejar de reprocharme el que me fuera sin avisar. Le respondí que no me gusta dar cuentas de mi vida a nadie, y seguí tomando mi café en silencio. Un minuto. Dos. Diez.
– An...
– Si, ¿que pasa?
– Podríamos habernos ido juntos.
– No. No quería, Lis. Por algo no te lo dije. Necesitaba irme y pensar un poco, poner en orden mis ideas. Últimamente tengo “un candombe en la cabeza que no para de sonar...”
– Ok.
– Lis...
– ¿Qué?
– No te enojes...

Capítulo XXXII

“–Esas han sido las noticias. Los dejo con una canción de las Pastillas –se escucha una música de fondo–, a pedido de Yesi de Morón, que quiere las entradas para ir a ver a Las pelotas... En un rato Yesi, quédate escuchando la radio que en cualquier momento tiramos la consigna... –sube la música–  Adivina adivinador ¿quién hizo quilombo anoche? ¿Quién prendió el televisor y perdió el control remoto? ¿Por qué hay tanto vidrio suelto todo de color marrón? y este olor a cenicero ¿de dónde mierda salió? Un candombe en la cabeza que no es para bailar, por más agua que le tira no lo puede hacer sonar un tambor en las entrañas no para de repicar... –”

Capítulo XXXIII

Otra noche fría cayendo sobre Buenos Aires. Mi gato está junto a la estufa, durmiendo plácidamente. Yo sigo mirando la pantalla del monitor. No sé qué escribir... Prendo otro cigarrillo. Miro el techo de la habitación. No hay más luz que el monitor y la estufa. Mis manos están heladas. Comienzan a teclear.

Capítulo XXXIV

 

 Capítulo XXXV

– Si, disculpe Señorita, ¿podría indicarme dónde está el departamento de Recursos Humanos?
– Dale, pelotuda, salúdame bien.
– Bueno: ¡Hola Sofí!
– Ya te afectó avenida de Mayo...
– Nah, si son un amor. Doña Jose me trae medialunas todas las mañanas.
– Vendida.
– Te gustaría que Robertito nos trajeras medialunas, ¿no?... – No contesta – Ah no, claro. A vos te gustaría que te haga medialuna.
– Callate, tarada. Te llegan a escuchar las de atrás y no van a parar de joderme el resto de mi vida. Che, ¿qué pasa con recursos? Creo que está Jonathan hoy.
– Nada, tengo que firmar el pase.
– Ah... Entonces ya es definitivo.
– Si.

Capítulo XXXVI

El café ya está frío, pareciera que hasta se le va a formar nata. Pago la cuenta al mozo y me quedo mirando la gente cruzando la 9 de Julio. Escucho una voz femenina hablando detrás de mi “¿Podes cruzar la Avenida en un solo corte de semáforo? Yo lo hice una vez, ¡y con tacos!”.
Somos tan patéticos.

Capítulo XXXVII

Lisandro dice: Te tengo una sorpresa, cenamos esta noche?
Analía dice: Dale, te espero en casa.
Lisandro dice: Nop, vamos a IR a cenar, ponte linda que nos vemos a las 10 en córdoba y pueyrredon. Beso.
Analía dice: pero, pero, pero....
Lisandro aparece como No conectado. Recibirá los mensajes que le envíes la próxima vez que inicie sesión.

Capítulo XXXVIII

– Llego tarde, llego tarde. Mierda que se me hizo tarde de nuevo. Dale bondi, apúrate.
– Disculpe señorita, ¿acá para el 64?
– Si señora, es acá.

Capítulo XXXIX

Verlo parado en la esquina, con su camisa celeste y su pantalón negro fue como un sueño. Me sentí un espantajo vestida con mis jeans (aunque nuevos, tampoco para tanto) y mi camisa blanca. Agité mi mano para que me viera. Desde el otro lado de la cuadra me saludo con una sonrisa. No sé por qué, pero una ansiedad comenzó a carcomerme el cerebro... Verde, verde. 60, 59, 58, 57... Verde, verde, verde. 30, 29, 28, 27, 26. Lisandro me hace señas desde el otro lado de la calle, riéndose. 10, 9, 8, 7, 6, 5, 4, 3, 2... Cruzo.
Un ruido. Pareciera que estoy cayendo a la nada.

Capítulo XL

Y mientras escuchaba los gritos de la gente pensaba que quizás todo esto sólo servía para que me diera cuenta de lo que realmente me importaba. ¿Era él quién me importaba? ¿Era yo? ¿Era mi vida?
Siento como me llevan en la ambulancia. Escucho de lejos la voz de Lis diciéndome cosas como “¿por qué no esperaste a que terminara de ponerse en rojo?” y otras cosas más que no logro descifrar. Mi cuerpo siente como si estuviera cayendo en ese pozo que me ataca por las noches. Estoy cayendo, a cada segundo un poco más abajo.
Sólo cuando las cosas se ponen difíciles nos damos cuenta de quién somos realmente, sólo cuando estamos al borde de la cornisa, nos damos cuenta que hay un vacío al cual precipitarnos. Sólo cuando la muerte acecha nuestras espaldas, sabemos que hay una vida que nos quiere seguir tirando de la soga, para no dejarle ganar a la encapuchada negra.
Un segundo puede cambiar muchas cosas.

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