jueves, 25 de septiembre de 2008

Motivos

(Apariciones, Tempestad y este texto, Motivos, forman parte de uno misma historia)

Ella
: Un día más como tantos otros, estoy tan cansada.
Él: Bueno, lo dices como si fuera una catástrofe, Todos los días hay motivos para hacernos sonreír.
Ella: ¿Qué motivos hay para sonreír? A ver, dime...
Él: Por ejemplo, cuando salgo de casa y siento el sol sobre mi cara, dándome la bienvenida a un nuevo día, sonrío. Cuando paso y veo a un perro haciendo su paseo matutino, sonrío. Cuando escucho una canción que me trae el recuerdo de tus besos, inevitablemente, sonrío. Cuando veo a los niños jugando en sus propios mundos, cuando las mujeres pasan por las tiendas haciendo compras, y contándose chismes de las vecinas, cuando una hoja cae ante mí diciéndome que tendré suerte, cuando recibo un mensaje de mi hermano para preguntarme como estoy, todas esas veces: sonrío.
Ella: Pareces un idiota diciendo todo eso
Él: Podrá ser, pero soy un idiota feliz. Le sonrío a la vida, para que ella no se ría de mí. Hay veces que las pequeñas cosas son más motivantes que las grandes para hacerme feliz. La lluvia en mi cara, una brisa que parece ser cómplice de mis pensamientos, todas esas cosas que para ti ahora te parecen triviales, amor mío, quizás, si las pensaras un poco más, te harían poner esa sonrisa tan bella con la que te conocí. ¿Acaso no recuerdas que fue lo que te hizo sonreír el día que te conocí?
Ella: Si... Te vi, y pensé: "Estoy frente al hombre de mi vida" y no pude evitar sonreír...
Él: Yo te vi a vos, y no pude más que pensar "Dios, esta es la mujer que hará que cada mañana tenga un motivo para sonreír, con sólo saber que será mía hasta el último de mis días"

Ella sonrió.

Tempestad

Una tormenta se está desarrollando en mi interior. Los truenos anuncian dolor, miedo, angustia. El aire está pesado, mi entorno se cierra sobre mí y poco se puede hacer para que mis pulmones absorban el tan necesario oxigeno. Un muro de humedad frena todo intento de movimiento, el viento se ha escondido y se niega a refrescar el ambiente. Las nubes de hierro se asemejan al techo de una jaula.
Yo estoy inmersa en todo esto, me siento un gato enjaulado y me muevo nerviosa hacia las paredes de mi encierro.
La tormenta se desarrolla fuera y dentro de mí. Me fundo con el tiempo y un rayo parte el cielo que está sobre, indicando el comienzo de la tempestad. Lluvia. Primero lenta y suave que baja entre tanta humedad ya presente.
Luego, a medida que mi interior se va agitando, la furia se apodera del agua. Balas de gotas que caen en la tierra, la desestabiliza, la remueve.
Los rayos se hacen continuos. El viento aparece, con fuerza, arrastra las ramas de los arboles, amenazándolas con arrancarlos del piso.
Estoy en medio de todo eso, los rayos caen junto a mí. Cierro los ojos, la misma furia se encuentra en mi interior. El dolor, la incertidumbre, el agotamiento se hacen uno y un huracán arrasa con mi vida, dejándome desnuda entre tanto terror. El agua de la tormenta, y el de mis lágrimas tiene la misma salinidad, el medio y mi interior son uno sólo en tanta tempestad que arroja lejos los sueños de los que nunca pude despertar.

martes, 23 de septiembre de 2008

Apariciones

Sin embargo aún estas ahí parado, ¿qué esperas acaso? Tu vida se ha ido con el tren y ni siquieras eres capaz de ir corriendo como un iluso tras de ella. No digas que no vale la pena, bien sabes que siempre lo valdrá. Nunca quisiste admitir que todas esas cosas te afectaban más de lo que querías. Pero ahora es tarde. Mira, allí a lo lejos, el punto ese que cada vez es más pequeño es el tren que se lleva tu vida. Ya prácticamente se ha escapado de tus manos, y tú sigues aquí parado, sin correr.
No entiendo qué ganas con mirar como estúpido, no hay ya nada que puedas hacer para retroceder el tiempo, todo ha acabado. Ahora te resta seguir caminando sin vida, mirando al resto sonreír y preguntándote para tus adentros qué es ese gesto.

lunes, 22 de septiembre de 2008

Mentira.

Mentiría si dijera que todo es sencillo en los momentos en que una cuchilla de hielo atraviesa mi espalda, con mordaz furia de un enemigo invisible. Mentiría si les dijera que soy tan poderosa que puedo enfrentarme al mismo miedo. Mentiría siempre si afirmara que no hay dolor que no pueda soportar. Mentiría cuando negara que los besos me llegan al alma y allí hacen nido. Mentiría al caminar mirando al cielo sin temor a tropezarme. Mentiría cuando mis alas se elevaran en la brisa y desdeñara estar entre las nubes más altas. Mentiría al soñar que el infierno es un castigo. Mentiría al no aceptar que mis amigos son todo lo que soy. Mentiría si no admitiera que lloro al sentir en mi cama a la soledad.
Todas serían mentiras, pero ninguna lo sería más que si hoy al mirar los ojos camel, mis ojos no mostraran ninguna debilidad.

jueves, 4 de septiembre de 2008

Un cuento de hayas


Había una vez una niña que caminaba sola por el campo. Ella, desde chica, había recorrido esas hectáreas con cautela, precisión y audacia, memorizando cada rinconcito, cada árbol que crecía para tener consciencia del sitio que la rodeaba. Ya caminaba segura y el suelo reconocía sus pasos, que casi coincidían siempre con los que había dado el día anterior.
La mañana avanzaba tranquila, sin apuros, con el sol dando su calor con mayor intensidad. La pequeña veía las hormigas trabajar, los pájaros buscando lombrices para sus pichones que gritaban de hambre en las copas de los hayas. Un día como todos los demás en la vida de aquellos diversos seres. La niña se acostó a la sombra del árbol, observando el vuelo de aquellos papás-pájaros, deseando poder volar como ellos, poder extender sus brazos y alcanzar así las nubes lejanas contrastando con el turquesa del cielo.
Se quedó mirando el cielo fijo, mientras las nubes se movían y cambiaban de forma de manera prácticamente imperceptible.
Pasaron las horas, las nubes se movieron, los pájaros descansaron en el nido. Las culebras se escondieron en sus hoyos, las hormigas se internaron en sus túneles para convertir las hojas en hongos. El haya suspiró oxígeno de su fotosíntesis. Todo cambió de un instante a otro, todo siguió el curso de la vida, mientras la niña miraba fijo el cielo, como tantas otras tardes lo había hecho, como tantos años que transcurrieron: pensando, meditando, observando, descubriendo detalles que se le habían escapado en otros momentos. Así había sido siempre, desde el día que conocío ese campo, tiempo que ya quedaba 50 años atrás. Una niña que se quedó pequeña siempre, dicen, que había una vez.