jueves, 25 de septiembre de 2008

Tempestad

Una tormenta se está desarrollando en mi interior. Los truenos anuncian dolor, miedo, angustia. El aire está pesado, mi entorno se cierra sobre mí y poco se puede hacer para que mis pulmones absorban el tan necesario oxigeno. Un muro de humedad frena todo intento de movimiento, el viento se ha escondido y se niega a refrescar el ambiente. Las nubes de hierro se asemejan al techo de una jaula.
Yo estoy inmersa en todo esto, me siento un gato enjaulado y me muevo nerviosa hacia las paredes de mi encierro.
La tormenta se desarrolla fuera y dentro de mí. Me fundo con el tiempo y un rayo parte el cielo que está sobre, indicando el comienzo de la tempestad. Lluvia. Primero lenta y suave que baja entre tanta humedad ya presente.
Luego, a medida que mi interior se va agitando, la furia se apodera del agua. Balas de gotas que caen en la tierra, la desestabiliza, la remueve.
Los rayos se hacen continuos. El viento aparece, con fuerza, arrastra las ramas de los arboles, amenazándolas con arrancarlos del piso.
Estoy en medio de todo eso, los rayos caen junto a mí. Cierro los ojos, la misma furia se encuentra en mi interior. El dolor, la incertidumbre, el agotamiento se hacen uno y un huracán arrasa con mi vida, dejándome desnuda entre tanto terror. El agua de la tormenta, y el de mis lágrimas tiene la misma salinidad, el medio y mi interior son uno sólo en tanta tempestad que arroja lejos los sueños de los que nunca pude despertar.

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