sábado, 23 de octubre de 2010

Te lo agradezco, pero no

No sabía como decirlo. Estaba frente a mí, mirandome con esos ojos de cachorro mojado, llenandome de culpa por tener que ponernos en esa situación. Ambos sabíamos que la cosa no daba para más, que todo lo pasado había desembocado finalmente en el mar interminable de lágrimas y sal. Y yo no quería ahogarme.
Me quedé pensando las palabras, a medida que la conversación se arrastraba sobre preguntas cerradas e inconexas. El momento se volvía aspero y sin sentido. Poco a poco, se fue formando la atmosfera, cargada de ese malestar preliminar a las noticias tristes. Se hizo el silencio previo a la tormenta.
Cuando levanté la mirada, me encontré con una expresión de resignación, que no se condecía con las palabras de seguridad que salían de su boca: de que podíamos solucionar las cosas olvidandonos de ciertos hechos que habían pasado. En lo más profundo de su ser sabía que esto era culpa de los dos; que no había sido la única en tomar las decisiones que nos llevaron al punto de decirnos adiós.
Finalmente me levanté de la mesa, con el peso de mis palabras colgando de mis piernas. Parte de mí quería quedarse ahí, hacer lo imposible por remontar el barrilete en la tempestad, pero ya no había más chances en este tiempo. Ya se acabaron los intentos disponibles.
Lo miré por última vez y seguía ahí la misma expresión de resignación. Me fui lo más rápido que pude, huí de esa mirada, que tan bien me conocía, antes de caer nuevamente en el abismo de mi perdición. Nunca dejaré de quererlo, de eso estaba segura, pero había llegado el momento de comenzar a buscar mi propio rumbo... De encontrar aquello que me diera más felicidad que ganas de llorar.

No hay comentarios: