lunes, 23 de junio de 2014

Almafuerte

Fue hace tiempo atrás. Llegó la noche, aún recuerdo el frío que comenzaba a notarse en la atmósfera. No me había dado cuenta que sentía nervios, ni que miraba la hora más de la cuenta. Pensaba que no significaba nada, que era otra distracción más. Pero cuando sonó el timbre me temblaron las manos al atender el portero. Allí estaba, no era una ilusión, estaba realmente en la puerta de mi edificio. Bajé pensando que no sabía con qué me iba a encontrar, pero cuando lo vi no hubo dudas. Mi piso tembló. Su sonrisa tan perfecta me iluminó como si la noche nunca hubiera llegado.
En ese instante, una parte de mí supo que estaba perdida, que ya no tenía vuelta atrás. Pero la otra parte se convenció que nadie jamás despertaría al dragón, que nadie en este mundo sería capaz de echarlo nuevamente al viento para volar. Que mi esencia se había dormido para no volver a despertar jamás.
Y así fue que lo dejé entrar, sin pensar en las consecuencias, creyéndome dueña del juego... Sin embargo, pronto quedó en evidencia que no podía doblegar mi corazón. Hasta mis entrañas me traicionaron de la revolución que su persona generó en mí. Y terminé frágil, tirada en un rincón, soltando mis más secretos pensamientos frente a él. Sin poder controlarlo, yo, que siempre me había jactado de ser la guerrera invencible, me había quedado completamente desarmada ante su mirada. Todas mis tropas se rindieron ante sus caricias, ante su cuidado.
Al otro día no lo podía creer, al verlo junto a mí. Era un ángel sin alas que me había despertado del sueño eterno al que yo misma me había sumido.
Con el tiempo, él encontró la llave del candado con el que había encerrado a mi dragón, y me mostró que aún recordaba como volar, sólo necesitaba cortar las cadenas.
Y así terminó liberándome del miedo, liberándome de la oscuridad, encendiendo la luz que habita en mi interior y haciéndome brillar.
Así terminó demostrándome que ni yo era capaz de olvidar lo que era amar.

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