viernes, 13 de noviembre de 2009

She goes

La noche la encontró sin saber dónde ir, buscando con sus ojos una dirección que le solucionara el problema. La gente pasaba a su alrededor, algunos ojos se detenían a verla, otros la pasaban por alto como si no existiera; pero, algo latía en su interior, indicándole que aún estaba con vida.
Comenzó a caminar, tomando una decisión. Así llegó a la plaza, y allí aguardó para regresar a su casa. Fumaba impaciente, preocupada. ¿Qué más hacer? Su mente estaba abarrotada de sensaciones diferentes. Cansada, agotada. No quedaba más que seguir aguardando a que la tormenta pase, que un tímido sol asomara entre la negrura del cielo que cubría su vida cotidiana. No le gustaba verse así: solitaria, triste. Su sonrisa se había borrado de su rostro, sus ojos daban testimonio de que estaba triste.
Se sentía atada. Ella que tanto amaba su libertad, sentía cadenas tirando de sus tobillos, amarrando sus manos, lastimándola. Pero no podía escapar, romper con todo e irse, hacerlo implicaba herir a los demás. Eligió arrastrar sus ataduras hasta encontrar las llaves de los candados. Así continúa caminando, sintiéndose sola en medio de la gente, abandonada aún rodeada de aquellos que quiere.
Sin embargo, ella sigue allí, fumando, pensando, intentando no largarse a llorar al pasar los recuerdos por su cabeza. Sigue aguardando ver la luz que le indique la salida.

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