domingo, 15 de mayo de 2011

El ciego

Estaba sentado en una piedra a un costado del sendero. No se escuchan viajantes por el camino, el desierto y él, dialogando a través del silencio.
Su rostro mudo y sus manos estáticas sobre las rodillas denotaban su meditación interna. El tibio aire del mediodía  junto con el sol en lo alto le doraban la piel. Su pelo grisaseo y las uñas crecidas lo envejecían demasiado.
Sus ojos apuntaban al Este, abiertos de par en par, sumido en la más completa oscuridad, sólo el ardor en sus mejillas le hacía notar que estaba en horas diurnas.
En la misma posición lo encontró un viajante de paso, que le interrogó: "¿qué está esperando hombre, tan quieto sobre esa roca?" A lo cual el ciego le contestó: "Espero al iluso que se confíe de sus sentidos.¿Quién te dijo que soy real?"
El viajero no se inmutó por las palabras del anciano, y lleno de soberbia le contestó: "Me lo dicen mis ojos, que no caen ni ante el engaño del espejismo, que te ven ahí sentado. Sólo quise saber qué acontecimiento le resultó tan interesante de esperar, a pesar de la tormenta de arena que se distingue en el horizonte, pero si su actitud será de hostilidad, seguiré mi camino. Alá guardará por su alma."
El ciego hizo una mueca de satisfacción antes de decir sus últimas palabras: "Alá no guarda mi alma, ni ha cuidado de la tuya, viajero. La tormenta de la que habláis no es más que el reflejo de tu destino. Ya has caído en la soberbia humana de los sentidos, ahora caerás en la oscuridad de la eternidad, pues soy la muerte que aquí te he venido a esperar". Y dicho esto, el anciano desapareció, dando inicio a un viento fuerte que se transformó en un torbellino de arena, devorando al viajante en tan sólo un instante.

1 comentario:

MADgun dijo...

Sabias palabras...