Un día me desperté
agitada y sabiendo que algo acababa de cambiar en mí. Ese sueño, tan extraño y
aparentemente sin sentido había logrado movilizar las fibras en mi interior, echando
raíces en mi cerebro dormido y agotado.
Tardé unos minutos en
volver a apoyar mi espalda en el colchón. Miraba las paredes alrededor, en
penumbras, como buscando alguna señal que me volviera a unas horas antes,
cuando todavía no me había acostado y ese sueño no había existido. Pero todo me
mostraba el inevitable pasar del tiempo, la concurrencia misma de la vida hacia
adelante y la llegada de ese sueño a mí.
Aferré fuertemente las
mantas, me hice un ovillo, con las piernas muy cerca de mi vientre, recordando
el origen, en una posición que era segura y cálida, muy diferente a la noche de
invierno en la que el sueño había llegado hasta mi pieza, hasta mi cama, a mis
entrañas.
Poco a poco, mientras
los ladridos de los perros y el sonido mudo de la ciudad durmiendo ambientaban
mi vigilia, inevitablemente las imágenes volvieron una a una a mi cabeza. El
sueño como un conjunto de fotografías sueltas, queriéndose afirmar en mi inconsciente,
diciéndome: “He llegado, ahora no me olvides”. Y así, durante lo que calculo
habrá sido una hora o un poco más, se sucedieron una a una las escenas del
sueño, mostrándome detalles que inclusive había pasado por alto. Y con cada
imagen, iba germinando la semilla que había plantando en mi interior en su
aparición inicial.
Ahora no podía
aparentar ser la misma de siempre, como si nunca se me hubiera develado aquel
sueño, como si siguiera ignorante ante aquel suceso. Ese sueño me había
enseñado que existe la alternativa de hacer las cosas de otra manera. Que existían dos
formas, una bien y una mal de hacer lo mismo. Me había mostrado consecuencias
crueles y reales de lo que sucedía cuando se tomaba un camino u otro. Me había
enseñado como había llegado hasta ese lugar. En ese sueño, vi la vida desde
afuera, oportunidades desdeñadas, ideales abandonados, promesas incumplidas. Vi
a aquellos a los que había defraudado, vi aquellos a los que había permitido
abusar de mí. Vi todos y cada uno de mis movimientos. Una suerte de esas
visiones completas que se tienen antes de morir. Mi inconsciente se había
cansado de reprimir todo aquello y le había abierto la puerta de par en par,
para que los demonios salieran e hicieran lo suyo. Para que los monstruos
hicieran cueva bajo mi cama y tiraran de mis sábanas. Ya no podía hacer como
que no sabía todo el mal que había hecho. Ya no podía volver a la inocencia del
descuido, al permiso del omisor. Ahora era responsable completa y absoluta de
todas y cada una de mis decisiones, de sus efectos, de mis errores.
Ese sueño llegó a mí
en una noche fría de invierno, para decirme: “Hasta aquí te he protegido, te
toca seguir sola”. Y me dejó ahí, desnuda de toda excusa, expuesta a la
realidad en la cual había vivido hasta el momento a la sombra de un escudo
protector. Me dejó abandonada en la isla solitaria con una espada a mi lado… “Seguir
sola”. “Seguir”.
Esa noche no pude
volver a dormir. La semilla terminó de florecer con el alba. Ese día había
ocurrido un cambio en mí. Ese día descubrí que era una mujer que con la frente
en alto, haría algo por sí misma, y haría algo para que ese sueño sólo fuera
una antonimia de la realidad.
2 comentarios:
me gusto, buena dosis de intriga y misterio al principio
Muy bueno. Me sentí identificada...
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