jueves, 8 de septiembre de 2011

El sueño


Un día me desperté agitada y sabiendo que algo acababa de cambiar en mí. Ese sueño, tan extraño y aparentemente sin sentido había logrado movilizar las fibras en mi interior, echando raíces en mi cerebro dormido y agotado.
Tardé unos minutos en volver a apoyar mi espalda en el colchón. Miraba las paredes alrededor, en penumbras, como buscando alguna señal que me volviera a unas horas antes, cuando todavía no me había acostado y ese sueño no había existido. Pero todo me mostraba el inevitable pasar del tiempo, la concurrencia misma de la vida hacia adelante y la llegada de ese sueño a mí.
Aferré fuertemente las mantas, me hice un ovillo, con las piernas muy cerca de mi vientre, recordando el origen, en una posición que era segura y cálida, muy diferente a la noche de invierno en la que el sueño había llegado hasta mi pieza, hasta mi cama, a mis entrañas.
Poco a poco, mientras los ladridos de los perros y el sonido mudo de la ciudad durmiendo ambientaban mi vigilia, inevitablemente las imágenes volvieron una a una a mi cabeza. El sueño como un conjunto de fotografías sueltas, queriéndose afirmar en mi inconsciente, diciéndome: “He llegado, ahora no me olvides”. Y así, durante lo que calculo habrá sido una hora o un poco más, se sucedieron una a una las escenas del sueño, mostrándome detalles que inclusive había pasado por alto. Y con cada imagen, iba germinando la semilla que había plantando en mi interior en su aparición inicial.
Ahora no podía aparentar ser la misma de siempre, como si nunca se me hubiera develado aquel sueño, como si siguiera ignorante ante aquel suceso. Ese sueño me había enseñado que existe la alternativa de hacer las cosas de otra manera. Que existían dos formas, una bien y una mal de hacer lo mismo. Me había mostrado consecuencias crueles y reales de lo que sucedía cuando se tomaba un camino u otro. Me había enseñado como había llegado hasta ese lugar. En ese sueño, vi la vida desde afuera, oportunidades desdeñadas, ideales abandonados, promesas incumplidas. Vi a aquellos a los que había defraudado, vi aquellos a los que había permitido abusar de mí. Vi todos y cada uno de mis movimientos. Una suerte de esas visiones completas que se tienen antes de morir. Mi inconsciente se había cansado de reprimir todo aquello y le había abierto la puerta de par en par, para que los demonios salieran e hicieran lo suyo. Para que los monstruos hicieran cueva bajo mi cama y tiraran de mis sábanas. Ya no podía hacer como que no sabía todo el mal que había hecho. Ya no podía volver a la inocencia del descuido, al permiso del omisor. Ahora era responsable completa y absoluta de todas y cada una de mis decisiones, de sus efectos, de mis errores.
Ese sueño llegó a mí en una noche fría de invierno, para decirme: “Hasta aquí te he protegido, te toca seguir sola”. Y me dejó ahí, desnuda de toda excusa, expuesta a la realidad en la cual había vivido hasta el momento a la sombra de un escudo protector. Me dejó abandonada en la isla solitaria con una espada a mi lado… “Seguir sola”. “Seguir”.
Esa noche no pude volver a dormir. La semilla terminó de florecer con el alba. Ese día había ocurrido un cambio en mí. Ese día descubrí que era una mujer que con la frente en alto, haría algo por sí misma, y haría algo para que ese sueño sólo fuera una antonimia de la realidad.

2 comentarios:

Gdreams dijo...

me gusto, buena dosis de intriga y misterio al principio

Anónimo dijo...

Muy bueno. Me sentí identificada...