Su mirada se perdió en el horizonte, mientras sus manos se cerraban en puños apretados. ¿Qué hacer? Veía frente a sí todas las excusas que lo habían alejado de ese momento, hasta ahora. Finalmente, lo había alcanzado el abismo que lo obligaba a no esquivar la realidad. Ya no tenía sentido engañarse, el instante decisivo estaba frente a él. ¿Qué hacer?
Y entre los instantes de dudas, apareció a lo lejos, sobre el borde del horizonte una estrella. La primera estrella de la noche que venía a verlo decidir. Su brillo le pareció lo más bello que había visto, y un calor le llenó el pecho al recordar el brillo de lo que le esperaba si decidía saltar y buscar aquello que tanto anhelaba.
Fue entonces que su mirada cambió sutilmente, sus puños dejaron de apretarse y sintió como la fatal decisión se iba apoderando de sus músculos, de sus huesos y de toda su alma...
Y saltó.
Con los ojos abiertos y sus brazos en cruz. Saltó a la indeterminada y desconocida realidad donde se escondía su oportunidad. Esa oportunidad de ser feliz, de encontrar aquello que por tanto tiempo estuvo buscando sin darse cuenta. El viento y la niebla se abrieron paso ante su caída, dibujándole una sonrisa en sus labios. Su caída comenzó a detenerse, se sintió dueño de sus movimientos en el aire y cuando menos lo esperaba, comenzó a volar. Se dirigió hacia la luz que emitía la estrella a lo lejos y tocó el suelo sólo cuando la creyó frente a sus ojos. Dejó tras de sí sus miedos, y se arriesgó a intentar tocarla, mostrarle su veneración. Pero al llegar junto a la estrella descubrió que el brillo era en realidad la luz de la luna reflejándose en una sonrisa, y alcanzaba los ojos de quien estaba frente suyo. Paralizado esperó a que la niebla se despejara, mas cuando vio el origen del brillo sólo pudo caer de rodillas ante esa imagen. Ella se acercó y le rozó con dulzura su cara con el dorso de la mano, acompañando las palabras que él estaba esperando escuchar:
-Por fin llegas, te estaba esperando... Siempre estuve esperando a que me encontraras.