martes, 30 de junio de 2009

¿Semana de la dulzura?

No sé por que se me dio escribir sobre los besos. Hoy me acordaba de uno de los primeros besos que me dieron. Si descontamos esos besos fugaces de boliche, podríamos incluso decirle "mi primer beso". Pero la realidad es que me di cuenta que ese momento marcó un antes y un después.
Antes de eso, me había dejado besar por otras bocas, como si ello fuera un juego inocente que en nada variaba. Pero llegado cierto punto, en el que toda una historia antecede al momento de que las bocas se buscan, se detienen a centímetros, milímetros inclusive, algo cambia. Algo, definitivamente, cambió.
Recordar algunos por menores de esa historia no viene al caso en estos momentos. Basta con decir que una persona especial fue la autora de semejante estremecimiento. Él, luego de muchas idas y vueltas, excusas y propuestas, cuando me tuvo enfrente, no supo que hacer. Habíamos hablado tanto el momento con anticipación, tanto planes, sugerencias, pistas de cómo iba a ser, se nos esfumaron al instante de quedarnos solos. Y yo, y él. Ambos ahí. Dos adolescentes recién madurados, no supimos que hacer. Tanta calle él, tantas bocas yo. Ja. Eramos dos ridículos que habían hablado de más. Pero allí estamos, no podíamos dejar de actuar (¿o sí?). Lentamente nos acercamos, nos miramos esquivamente, apoyamos las manos en el cuello del otro... Todo muy improvisado, todo sin saber cómo continuar. ¿De qué sirven las especulaciones en estos momentos? De nada, evidentemente. Pero solo, simple, calmo, el beso se dio. Cuando nos quisimos dar cuenta, nuestros cuerpos habían amordazado nuestras cabezas, nos habían dejado ser, en un beso que no duró mucho ni poco, sino exactamente lo que tenía que durar. Así fue. Su beso. El que tanto me costó olvidar. Aquel que sentí mientras volvía ese mismo día a mi casa.
Algo que él nunca supo es que con su beso, yo aprendí a besar de verdad.
Porque un beso no es sólo apoyar los labios en los del otro, ni tiene mucho de corporal, en realidad. Un beso, para poder hacerse llamar como tal, implica sentimiento, dejarse ser en tan sólo un instante, donde todo el ser se trasmite al cuerpo del otro, sin igual.
Son esos besos los que vale la pena dar, esos besos que difícilmente se pueden olvidar.

No hay comentarios: