jueves, 9 de septiembre de 2010

La contaminación del mundo

Sonrisas falsas pasean por la calle, deslumbran con un brillo vulgar que quita todo encanto al más preciado acto humano. Ya no es gente sino espectros aquellos que cruzan en rojo las calles de la ciudad, aquellos que miran para otro lado al caerse alguien al piso por tropezar. Asquerosa alegría ficticia que no logra divertir ni al más iluso.
Todo resulta una copia barata de una realidad que no existió jamás. Los cuentos de hadas que intentaron instaurar una utópica visión de libertad ya no sirven para silenciar el llanto de los pequeños espectros que gritan pidiendo más sangre que beber.
Es una oscura, hasta morbosa imagen de una sociedad consumida por su propio egoísmo, su propio deseo de progresar a toda costa, a costa misma del otro.
Es una imagen completamente desesperanzada de que las cosas no cambiaron, no cambian y probablemente tampoco cambiarán en un futuro, dando paso a la más cruda resignación de caminar entre espectros, zombies, seres sin alma que no reparan en el dolor ajeno, en la necesidad de una mano que consuele, que considere un instante lo que al otro le pasa. Es una visión devastadora, cruel e insalvable.
Sin embargo, aún hay gente que mantiene esta mirada como única posible. Está en nosotros hacer algo para que esa gente sean las menos y poder demostrar que existe la posibilidad de hacer de este mundo contaminado por los sentimientos egoístas algo mejor.

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