miércoles, 29 de octubre de 2008

Camino

Todo comenzó una tarde, en la que no sé bien por qué comencé a andar sin rumbo. Un camino me llevó al norte. Caminé varios días sin pensar siquiera que me alejaba de mi hogar. Simplemente seguía caminando, moviendo mis pies, descansando bajo algún árbol, y así llegué: El linde del bosque me indicaba que casa había quedado atrás por varios, demasiados, kilómetros. Ahora me enfrentaba con los árboles que escudaban ese misterioso lugar. Me tocaba mirar hacia los costados y ver que ese bosque era el más grande de la zona. El camino seguía adelante, luego del primer árbol que se encontraba justo frente a mí, se veía el camino. Era una barrera, tendría que atravesarla si quería seguir al norte. ¿Quería? Supongo que sí, porque mirando con curiosidad y algo de desconfianza, tomé aire y pasé junto al árbol que me impedía el paso. Al momento en que mis pies dejaron el sendero libre de pasto por el que había llegado, un abismo se comenzó a abrir a los costados... Tuve que reaccionar con rapidez y rodear el árbol para volver al camino. Una vez que mis pies estaban nuevamente en él, el abismo desapareció. Me quedé mirando atrás, todo volvió a ser como un principio: Sólo un árbol que obstruía el paso, y más allá, el sendero libre de pasto que llevaba a mi hogar.
Con un suspiro seguí andando. El camino era lo suficientemente recto como para darme cuenta que seguía yendo hacia el norte. Siempre al norte. Ninguna planta se acercaba al caminito, ni se veían rastro de animales que habitaran por allí. Me resultó extraño, nadie pasaba nunca por ahí. Salvo yo, ese día. Todo era extraño, pero mis pies no se detenían. Así pasaron dos días en el bosque. Llegué a un río, o eso me pareció. Cuando estuve junto a él, vi que estaba partido en dos por el camino. Me arrodillé, con cuidado de no dejar de pisar el sendero, recordando la escena del árbol. El río venía de lejos, y no pasaba por debajo del camino, ni sobre él. Sin embargo, del otro lado, continuaba. Introduje mi mano en el agua fresca y limpia, y me di cuenta que estaba muerta de sed. Tome el agua con mis manos y luego introduje mi cabeza en ella, para refrescarme. Me paré y continué caminando, hasta que esa misma tarde llegué al final del bosque. Un árbol nuevamente se encontraba plantado en medio de él, pero esta vez, su tronco estaba abierto en dos, como una puerta de salida. Debo reconocer que aquello me dio desconfianza, pero ya había caminado tanto que decidí pasarla de una vez por todas. Mire hacia atrás, el bosque se oscurecía, y al otro lado de la puerta-árbol, el anochecer estaba escondiéndose por un costado. Mis pies tomaron la iniciativa por mí, y en un instante me vi pasando por el árbol. Al poner el pie sobre el sendero nuevamente, el árbol-puerta se cerró, el bosque desapareció y frente a mí tenía a un dragón mirándome con violencia. Mis ojos pestañearon un instante y al abrirlos, el dragón ya no estaba, el bosque seguía desaparecido y mis pies continuaban caminado.
El norte estaba pronto, lo sentía en el viento cada vez más frío. Tres semanas pasaron hasta que por fin me encontré con mi destino: Una inmensa puerta de hielo que indicaba la entrada al norte. Miré a través de ella. El camino no continuaba. Tuve un presentimiento, pero mis pies no quisieron darme consejo esta vez. Dudé, por un instante pensé en volver... Pero habían pasado tantos días, tantos kilómetros. Así que volví a respirar hondo y avancé. Como lo supuse, al dejar de pisar el camino que me había llevado allí, el piso se abrió y el abismo se hizo presente, para tragarse todo el mundo en tan sólo un instante.

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