jueves, 16 de julio de 2009

El tren

Parado en la estación, un vagón, oxidado prematuramente por las tempestades del tiempo, espera a que suban los viajeros. Silencioso, allí parado, observa a través de sus ventanillas de vidrio rajado como la gente camina de un lado al otro del andén, buscando sus asientos, guardando sus maletas, haciendo tiempo hasta que el silbato indique la partida.
Allí, en medio de un día que no es nublado, pero no llega a verse el sol, el vagón espera a que el pasajero suba las escalerillas de la puerta y tome su lugar en el interior. Lo mira, como diciéndole que pronto ha de partir, y que no puede aguardarlo mucho tiempo más. Pero el pasajero no se inmuta. Siente los deseos ardientes de la locomotora en arrancar para seguir las vías que más adelante se encuentran. Lo siente, lo provoca. No da indicios de querer dejar el andén todavía. El vagón se pregunta para qué habrá comprado el boleto entonces; sin embargo, no encuentra una respuesta, el pasajero sigue caminando de un extremo al otro del andén, mirando cada puerta del vagón como si no supiera por cuál decidirse a subir. Observa, incluso, la locomotora, que con un silbido agudo y feroz le indica que ni siquiera lo intente. El vagón ya no entiende. Ha estado demasiado tiempo en la estación. Otras estaciones más adelante lo aguardan, y ya está llegando retrasado.
Tiene que tomar una decisión. Siente el tirón de la locomotora para continuar su ruta, pero no atina a soltar los frenos. El guarda, impaciente también, mira su reloj y intenta cerrar la puerta del vagón, pero éste se resiste. Hasta que finalmente, pasado el tiempo prudente de espera, los pasajeros ya acomodados en sus asientos, miran al pasajero errante que aún esta parado solo en la estación. Lo observan a través del vidrio fumando un cigarrillo tranquilo, como si nada lo apremiara. Y con ellos, el vagón.
Las nubes ganan terreno, el vestigio de Sol sucumbe ante el avance de la lluvia que comienza a caer. Un silbido largo y penetrante lastima los oídos de los viajantes. La locomotora se encuentra impaciente por echar a andar sus motores. La lluvia se escurre por las ventanillas del vagón, que sigue observando al viajero que no ha decidido si subir o no.
El guarda intenta alentar dando la señal de marcha con su silbato, ya resignado a la terquedad del vagón por querer esperar. Pero, de un momento a otro, entre los silbidos, los tirones de la locomotora, el tren avanza de una vez por todas. Y con la lluvia escurriéndose por sus ventanillas, el vagón se aleja, dejando sólo al pasajero indeciso en la estación. Se ha dado cuenta que más adelante otras estaciones aguardan con sus pasajeros que estan esperándolo para subir. Tiene una ruta que seguir que no puede hacerse esperar.

1 comentario:

Transeúnte dijo...

Me encanta, es precioso.
Me gusta el personaje de pasajero errante, y como el vagón quiere esperar aunque la locomotora le llame.

Bueno, hasta otra.